(nace en 1934 en Brooklyn, Nueva York; vive y trabaja en Nueva Jersey)
En 1966, el artista Raphael Montañez Ortiz viajó desde la ciudad de Nueva York a Londres para participar en el primer Simposio de Destrucción en el Arte (DIAS, por sus siglas en inglés). Organizado principalmente por el emigrante polaco Gustav Metzger, DIAS se llevó a cabo en el Centro África en Covent Garden del 9 al 11 de septiembre y reunió a un grupo internacional de artistas, poetas, músicos y psicólogos para explorar el tema de la destrucción en el arte. Entre la cacofonía de lecturas, happenings y performances, los siete actos públicos de Ortiz se presentaron como los más violentos. Se destrozaron sillas, colchones y pianos en rituales colectivos, mientras se proyectaba una película que él había filmado previamente en un matadero de pollos.
Esta realización pública de los actos destructivos de Ortiz se basó en casi más de una década de experimentación privada o mediada (actos destinados al registro fotográfico o a ser artefacto material). Durante la década de 1950, Ortiz comenzó a crear su primer cine “destructivo” o “deconstruido”, editando material de archivo relacionado a los estereotipos de Hollywood, la desigualdad social de América y la amenaza de una guerra tecnológica. En 1958 – el mismo año en el que se lanzó A Movie, la icónica película assemblage de Bruce Conner – Ortiz creó Newsreel, reestructurando un noticiero cinematográfico de Castle Films: una serie de cortometrajes mudos presentados en un solo rollo de 16mm y distribuido como una película casera semanal. El material original contenía imágenes de espectadores viendo una prueba de armas nucleares en Bikini Atoll en el Pacífico, del Papa Pío VII nombrando un nuevo cardenal en el Vaticano, de carreras de caballos en el Derby de Kentucky y de once nazis sentenciados a muerte en los Procesos de Nuremberg de Alemania. El estructuralismo del resultado final, donde el Papa parece bendecir la guerra nuclear una y otra vez, es fruto de un proceso ritual inspirado en la exploración de Ortiz de su herencia ancestral Yaqui. Recitando cantos de guerra, Ortiz hachó las imágenes de 16mm con un tomahawk para “liberar su mal” antes de reorganizarlas en narrativas visuales discordantes. En 1968, al reelaborar este collage de 1958, Ortiz reforzó el sentido de catarsis espiritual de la obra con la adición de una banda sonora y óptica de una oración Zen acelerada. Esta purga ceremonial a través de procesos destructivos prefigura no sólo sus primeras películas de assemblage, sino también una serie de esculturas titulada Archaeological finds. Objetos domésticos, como sillas y colchones eran seccionados en rituales casi chamánicos de destrucción simbólica. Los mismos eran petrificados en cera justo cuando se desintegraban; parecían en ese mismo instante brotar de la tierra.
En su manifiesto de 1962, “Destructivismo”, Ortiz expresa el poder simbólico de esta metodología de manera similar al artista argentino Kenneth Kemble en su manifiesto de 1961. Según Ortiz, el deseo innato de destrucción en la humanidad, que se reprime frente al miedo y se proyecta externamente en el impulso caótico hacia la guerra mundial y la fascinación sensacionalista con la violencia, puede ser trascendido a través del poder simbólico del arte. Él escribe:
Estos artistas son destructores, materialistas y hedonistas que trabajan directamente con procesos. Estos artistas son destructivistas y no pretenden jugar al juego feliz de creación divina; al contrario, su respuesta es al deseo innato de matar. Al destructivista no le preocupa el trauma del nacimiento, ya que entiende que en la vida no hace falta la magia; es la mortalidad la que requiere el alimento vivificante del ritual trascendental.